martes, 26 de mayo de 2009

De casas


Hace tiempo he dormido, largo medio diciembre, de nuevo en el lecho del que me desprendí hace ya algunos años, y también en la sala junto a la chimenea. He vuelto a ver el amanecer en aquel cuarto, nueve metros cuadrados de escasa arquitectura mas que suficiente, celda, taller, ropero, biblioteca. He vuelto a cerrar cansado los ojos debajo de las vigas y las duelas. Volví a sentir el frío al que a veces me fuerzo, para sentir mi piel que aun tiene vida de piel y de anhelar. Otra vez el perfume de la leña se le pegó a mis ropas, el sabor del chocolate caliente y la cajeta pasó mi paladar. En el silencio de las noches falsos sonidos de las festivas voces resonaban durante largos minutos antes de adormecerme, como si algunos de aquellos otros siguieran hablando en torno a mis respiros. De nuevo el aroma a óleos y a papel de acuarela, a la antigüedad de aquellos viejos libros, manos con vahos de sueños condensados. Y nuevamente el olor frío del cuero del sillón de la sala. Y aquella música griega que solloza, la sola que me ha hecho esta vez llorar, suena como también esa otra melodía alegre y nostálgica de Río de Janeiro.

La terraza ha cambiado. Hoy es un casi patio rodeado de altos verdes. Antes era paraje en medio al descampado, donde las ardillas cruzaban así como los tejones que aun trasnochan buscando las bananas que mi hermana les deja. Las rosas que cada año florecen recordando la no olvidada tía, la tía abuela que ahorraba. Intactos siguen los colores de la cerámica de aquel jarrón familiar que lavo, de las tazas turquesa, de aquel piso de barro. Y ese reloj, robado y hallado sobreviviviente de naufragio, que sigue marcando cuartos de hora. La niña en mármol blanco inmaculadamente sigue quieta. Las escaleras crujen igual que el primer día en que reconocíamos los ruidos de la noche, hace veintidiezaños o mas ya no los cuento, para diferenciar al insonmio del miedo.

De todas las casas que ameritan tal nombre, y que son para mi la suma de mis casas, la suma o el promedio de aquellas, de todas ellas se va uno yendo poco a poco. En mis casas lo confieso ingénuo, me he sentido, me he concebido feliz. Pero a veces se ve uno mismo impulsado a andar. De algunas de mis casas he salido, con alegría y con fiesta, con miedo o incomprensión, con anhelo y congoja. Así volví a dejar la casa como si mucho ansiara llegar hasta las nieves en que luego me entretuve. Porque las ansias me parece que llevan siempre lejos, aunque sea siempre en el mismo metro cuadrado o kilómetros cual salmones nadando a contracorriente, nos dejamos mojar por la vida, solo para morir allá arriba luego de llegar. Cuántas veces moriremos no sé, cual pez vivo me parece lo importante es sentir agua y nadar.


No hay comentarios: