martes, 12 de junio de 2007

De tristeza


No voy a escribirle a la que se ha marchado. Escribo purgando algo la tristeza junto a los que hemos ya llorado su partida, con su pretexto y para en su honor ser solidario con los que más la quieren. La quisimos.
Ya no está, si ella es aun en algún grado para mí, lo es más en la memoria y en el virtual abrazo de los que quedamos en la pena de su inimaginable ausencia. Si ella seguirá siendo de algún modo para algunos, para mi lo será siempre en la medida de lo que ya fue. Mi expresión no es cristiana porque yo lo soy poco. Me rehúso sin remordimientos a creer en estos dioses que tan mal se portan.
Así pues: ¿Cómo sobrellevar la pérdida sufrida? ¿Cómo superar favorablemente el duelo? El sólo recuerdo del pasado no ayuda. Hay que ayudarlo con un poco de futuro. Como los que lo han hecho se ha muerto para nada, pero de ningún modo habrá vivido en vano. Ha dejado de estar en un presente que ayudó a dejar sembrado con sus pasos. Ha dejado unas huellas que creo se borrarán difícilmente. Tarde no se le hizo al menos para contagiar a otros de su amor a la vida y la alegría, para amar y ser amada, para transmitir la vida generando otra. Con esa peculiar disponibilidad a la que parecía rehusarse cuando prefería serpientes a perritos. Me compartió desde hace mucho tiempo a su familia de grandes corazones, con la cual a veces yo comía o cenaba antes de alguna entrega arquitectónica con que velábamos en la Herradura.
Si tenía que partir me pesa mucho no haberla acompañado hasta la puerta, decirle adiós, darle la mano y asegurarla para evitar en algo el miedo. Confío en que no faltó quien lo haya hecho y la haya convencido que llegaba a un nuevo puerto donde no hay tormentas. No quiero imaginar una cabeza tan hecha a las alegrías mas sencillas viviendo el miedo cerca del final, de segura incertidumbre, angustia, malestar. A ella que era tan leal quisiera que alguien la haya hecho sentir hasta ese punto acompañada.
Pienso en los que quedamos existiendo y lo que nos podemos poner a recordar. Su pasado rico de anécdotas que regalaron pláticas alegres a los que de ella hablamos, su vida llevada originalmente fuera de lo habitual, su particular personalidad siempre sensiblemente inteligente, sonriente aun cuando enfrentada a la desilusión, el problema, los malos entendidos. Las caras que hacía cuando tenía hambre y cuando necesitaba gritar afuera de las aulas. Recuerdo la nube con que llovía por donde ella pasaba, las muchas risas compartidas por ello, pues el agua al final sólo mojaba. Las llaves que supongo no olvidó sólo en aquella ocasión en un auto encendido afuera de un gran teatro o cuando dejó de recoger a su papá durante muchas horas en frente del trabajo. Su buena ‘mala suerte’ era muy buena excepto por el final que hoy nos amarga.
Voy a olvidar hoy su partida, y voy a pensarla viva. No a creerla, pero a pensarla viva. Para reír al secuestrarla con su esposo, en medio de la calle Patriotismo, para irnos a tomar unas cervezas y platicar de un posible futuro hasta que se obscurezca.

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