jueves, 7 de junio de 2007

En las sedas nebulosas del amor

Fidel Meraz. (Publicado originalmente 12.10.2005)

Y pues fuimos hasta allá por esto, por las sedas nebulosas del amor. Es la boda para mi desde hace ya mucho tiempo, la fiesta por excelencia. Pues la alegría que retrata casi nunca es falsa.
Dos personas se conocen, se frecuentan por un tiempo y se atraen, cada vez mas, se prefieren el uno al otro y por encima de los demás. Y ellos dicen, se enamoran. Son pareja. Y tienen sus diferencias, que solucionan. Quizás se vayan a vivir juntos, quizás sean pareja durante años o solo meses. Pero después de ese tiempo que ellos consideran adecuado deciden dar un siguiente paso. Se van a casar.
La frase la acuñó mi amigo cuando su hermana preparaba su boda y él entre cómico y doliente nos contaba los pormenores de la preparación a tan idílico evento. El motivo: la ceguera. El uno está ahí, el otro también, el mundo del otro lado y nadie ve claro. Se ha caído entonces en las "sedas nebulosas del amor". Todo parece tan obvio y no se ve nada en cambio.
Al principio usábamos el dicho para describir el estado existencial de la novia, o cuando mas de los novios, pero con el uso y la experiencia la descripción empezó a ser aplicable a cuanto ser los rodeaba. Entran en velada danza cuñadas, abuelas, tías, padres, hermanos claro está, a veces hijos y además desde luego entran las madres.
Los cuestionamientos les llueven a mares. Que si se casan por cuál iglesia, que si es matrimonio mixto o solo por "lo civil", que si es por bienes mancomunados, que si son primos. Que si ya vivieron juntos, que la novia ya no vestirá de blanco, que él si vestirá de blanco, que si será de día o de noche. Que si de etiqueta hay que ir disfrazados, o de charro, sin corbata o con corbata, de largo, de corto, de claro, de oscuro. Que confirmen los que van, que sea sin baile, con violines y de pie, que venga el embajador, que haya una mesa de los novios solos, que haya un grupo para el baile, que sea en la playa con vista al poniente. Que el padre muerto no aparezca en la invitación, ni la madrastra, que solo aparezcan ellos, al fin ya llevan años viviendo juntos. Y ¿será aquí o en provincia? ¿Quién va a venir hasta acá? Cuántas madrinas desfilarán, de qué color vestirán, de qué tela, de qué seda, qué se va a aventar, arroz, flores, campanitas, confeti no, ¿o si? Qué se va a dar de comer, de beber, tinto, blanco, tequila, cerveza, ¿cerveza? Quién va a entrar primero al templo, quién va agarrado de quién, que el papá no entra, es ateo, el amigo no firmó como testigo, ¡ya no firman los testigos!
Cierto, hay cosas importantes, cierto es que hay que decidir y todo significa algo pero en las bodas nada, quizás solo ellos, significa todo. Pero esta ceguera del dulce envoltorio, de emperifollado baile, lo que a mí me dice es: esta pareja festeja contenta con nosotros que se quieren y se casan. No se pierda el objetivo pues la boda pasa. Esa alegre fiesta en la que caben todos es primera letra o punto final, alegrísimo universo de anécdotas, de fotos, de regalos. Las historias grandes suelen estar antes o después de ella.
Así pues todos contentos, juntos bajo el mismo cielo la familia y los amigos, todo incluido, comida, bebida y baile, con la ligera ebriedad del que festeja.
Si, es cierto, a veces no tan ligera.

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