martes, 26 de junio de 2007

Jerusalem

Jerusalem, Israel. 17 al 22 de mayo de 2007.

Especial ciudad entre ciudades. La acumulación de sedimentos históricos se revela incluso en la forma misma de la ciudad. Un espacio urbano que se desarrolla en varios niveles. La calle, de diferentes anchos, pero dominada por el cálido color de la piedra. Calles mercados, bazares, negocios, cafés, restaurantes. Calles carnicerías, calles de telas, calles de galerías de arte. Abajo las grutas. Pasadizos entre lugares sagrados, antiguas cisternas, templos, sótanos, restos de muros, pozos. Arriba los techos, continuación del espacio urbano que se desarrolla sobre las casas, poblados africanos, plazas públicas sobre los mercados que se adivinan hormigueantes a través de los respiraderos y que miran a la Cúpula de la Roca.

La ciudad antigua, dentro de las murallas, se encuentra dividida en cuatro barrios: el judío, el cristiano, el armenio y el árabe. La línea artificial que divide dos mundos contrapuestos se hace ancha para formar un agujero negro que se abre en la conflictiva constelación que significa la coincidencia de diferentes razas, religiones, culturas, tradiciones, concepciones del mundo, es verdaderamente fascinante. Los días pasados en Jerusalem lo más interesante. Sería de esperarse que situaciones de tal complejidad cambien para bien en el futuro, pero para eso los hombres y mujeres tal vez deberían dominar la sinrazón. La tensión se siente en diferentes enclaves de la ciudad. Alrededor de la puerta de Damasco, cerca de donde pasa la innombrable Línea Verde que separa lo árabe de lo judío. Tensión vivida en carne propia cuando luego de fotografiar una presunta propiedad de Ariel Sharón en el barrio árabe un par de soldados me interrogan.

Visité y me solidaricé con cierto sentido de lo sagrado en el Muro de los Lamentos, ruina de legendarios palacios que custodiaban tesoros; en el Sagrado Sepulcro, tumba sin muerto y fuera de la Mezquita de Al-Aqsa, donde ahora ya no dejan visitar a raíz de los conflictos, esas piedras acomodadas a las que el ser humano ha asignado tanto valor. Donde la ciudad más se da a conocer. Pero también vi la magia que ejercen sobre la gente las reliquias, las supuestas piedras pisadas por santos e iluminados, las imágenes, las velas, las oraciones sobre montes, sobre tumbas, las genuflexiones, las persignadas, los arrodillamientos, conjunto de actitudes que quizás equivocadamente llamo yo supersticiones. Y finalmente el espectáculo de la vida cotidiana, los turistas tomando fotos sin cesar, comprando baratijas recién envejecidas o tomando café. El estimulante cantar del almoecín que escapa de los minaretes, o de los altavoces a estos pegados. Las fragancias en los negocios de especias, de café, de cardamomo, canela, zahatar, curry, almendras. Aromas que evocan en mí negocios los centros de la ciudad de México, libaneses, turcos o judíos tal vez, donde se compraba café y abarrotes varios.

Finalmente el Jerusalem extra muros. La ciudad nueva y no tanto. El barrio de Yemen Moshe, la gran Sinagoga, la Corte Suprema, los barrios de Rehavia, Talbiye, Nahla’ot, Mehane Yehuda, los lugares sagrados en el Monte Zion, así como los ortodoxos barrios camino de Sanedriyya, donde como en ningún otro lado he sentido ser el foco de atención de tanta gente. Existen letreros donde se solicita no entrar a esos barrios vestidos de manera indecorosa, las mujeres por ejemplo no deberán llevar pantalones, ni andar con la cabeza descubierta. Al cruzar al Jerusalem del este, la zona árabe, el contraste es notable. La zona se torna extremamente populosa y más deteriorada. No que en la zona del oeste no haya zonas en estado de evidente degrado, pero existe una diferencia en la cultura que habita el lugar, el uso del espacio público, la calidad del transporte, la limpieza.

Al dejar esta fantástica ciudad, sede de reyes legendarios, testigo de mesías e iluminados, asiento de culturas ricas en tradiciones, que ha sufrido conquistas, reconquistas y conquistas nuevamente, regreso pasando todos los “check points”, largas carreteras por el desierto, con alambradas, muros con torretas, filtros de seguridad, rayos x, pensaba en lo complejo del ser humano que, como dijo Ruperto si no mal recuerdo, a veces se sienta y piensa y a veces no más se sienta. De momento me da la impresión de que estamos nomás sentados.



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